Comentario
El siglo XIV se caracterizó en Castilla por una profunda crisis, a consecuencia de las luchas originadas por las minorías regias hasta el establecimiento en el trono de los Trastamara. Disputas por el control de la regencia, guerras civiles, banderías nobiliarias, invasiones de tropas extranjeras, éste era el panorama de esta agitada centuria, marcada por una tragedia que asoló Europa, la Peste Negra -1348-, con rebrotes recurrentes cada diez o quince años.
La difícil situación de los último años del reinado de Alfonso X, continuó después de la muerte de Sancho IV. La minoría de edad de Fernando IV (1295-1312) impuso el establecimiento de la regencia de su madre María de Molina. Declarado mayor de edad en 1301, se efectuaron las negociaciones para resolver las diferencias con el reino catalano-aragonés y se planeó la reanudación de la reconquista por el tratado de Alcalá de Henares (1309). Murcia, que había pasado al reino aragonés aprovechándose Jaime II de su minoría de edad fue recuperada por Castilla en 1304 mientras Alicante pasaba a la Corona de Aragón. El monarca conquistó Gibraltar. Su sucesor y heredero, Alfonso XI (1312-1350) accedió a la mayoría de edad en 1325. Hasta entonces se vivía en una gran confusión debido a las luchas entre los poderosos por el control del reino. Ya en posesión del poder efectivo, se mostró partidario del fortalecimiento del poder monárquico, y obtuvo importantes éxitos en la obra de la reconquista. Venció en la batalla del Salado (1340) y del Palmones (1343) y ocupó Algeciras (1344), convirtiendo al reino castellano-leonés en árbitro del Estrecho, lo que tuvo incalculables consecuencias para toda la cristiandad europea. Alfonso XI fue coetáneo de la Guerra de los Cien Años. Fue sumamente hábil para mantener un equilibrio entre los dos contendientes, Francia e Inglaterra, pues tuvo que defender el mercado flamenco, abastecido cada día más con la lana procedente de sus reinos.
La labor de reconquista de la primera mitad del siglo, cuando se obtuvieron grandes avances, contrastaba con la escasa actividad de los siguientes monarcas, empeñados en otros asuntos. Muerto Alfonso XI en 1350 a causa de la peste negra, le sucedió Pedro I (1350-1369), de corta edad al acceder al trono. Contra él se levantó su hermano bastardo Enrique -futuro Enrique II (1369-1379)- aliado con Francia. Las luchas fratricidas culminaron con el asesinato de Pedro I y la consiguiente instauración de la casa de Trastamara. El nuevo monarca subía al trono con muchos compromisos, teniendo que premiar a quienes le ayudaron. Ello contribuyó a la señorialización de sus reinos. Una excepción, sin embargo, se produjo con la incorporación a los dominios reales directos del señorío de Vizcaya. Por otra parte, para no estar preso de los altos magnates, fomentó la creación de una nobleza de servicio, que colaboraba con él en las tareas de gobierno. Desarrolló también una amplia política internacional.
Juan I (1379-1390) prosiguió la tarea de fortalecimiento del poder regio. Creó el Consejo Real y promovió importantes medidas en el campo de la justicia y del ejército. Desde el punto de vista político, sufrió la derrota de Aljubarrota (1385) contra el monarca portugués aliado con Inglaterra. En ella intervino activamente el belicoso arzobispo Pedro Tenorio, al mando de un grupo de caballeros, entre ellos don Pedro Suárez III, que murió en la batalla de Troncoso. El duque de Lancaster, que reivindicaba la corona por su matrimonio con una hija de Pedro el Cruel, invadió la Península por tierras gallegas (1386). Se zanjó la disputa por el trono en el tratado de Bayona (1388), por el que se acordó el matrimonio de Catalina, hija del duque, con Enrique, primogénito de Juan I. El interés en legalizar los derechos dinásticos se reflejó en la disposición de hacerse enterrar en la capilla de Reyes Nuevos, de la catedral de Toledo. Enrique III (1390-1406) era un niño al acceder al trono, por lo que de nuevo se constituyó una regencia. En este difícil clima, estalló en Andalucía la violencia antijudía, que se propagó por el resto del país. En el ámbito internacional, su reinado estuvo marcado por la paz. El reino de Castilla y León tuvo durante el siglo XIV una extensión muy superior a la actual. En términos generales puede estimarse todo el territorio nacional a excepción del reino aragonés con Aragón propiamente, Cataluña y Valencia, el reino de Mallorca y el reino de Navarra. Es susceptible de establecerse la frontera meridional de acuerdo con los sucesivos avances de la reconquista, tras la penetración de Fernando III el Santo en Andalucía -conquista Córdoba en 1236, Jaén en 1246 y Sevilla en 1248-, y la conquista de Murcia y Niebla por su hijo Alfonso X.